viernes, 4 de noviembre de 2016

Daniel



Mi tío Daniel era electricista, pero había conservado la herrería de mi abuelo intacta en el fondo de la casa. Era buenísimo jugar ahí, con tantas herramientas, clavos, cajas y tornillos que no se tocaban nunca, excepto cuando mi tío necesitaba arreglar algo. Para mí el campo no era la llanura, era la herrería de mi abuelo. Y mi tío Daniel. Todos amábamos a mi tío Daniel. Sus padres, sus hermanos, sus amigos. Luego lo amamos sus sobrinos, su esposa y su hija, mi prima. Los perros también lo amaban, lo seguían fielmente por todos lados, encabezados por Batuque, pelo negro, mi favorito de esa jauría atorrante y agradecida. A él le gustaban mucho los caballos. Naturalmente ellos también lo amaban.
Mi tío Daniel me hacía barriletes y hondas perfectas. Y me llevaba al campo cuando tenía que hacer algo allí. Pocas palabras, sonrisa siempre, incluso cuando se enfermó. Hacía lechones inolvidables y un día que vino a Buenos Aires a atenderse (odiaba esta ciudad) fuimos a comer un pollo a la calabresa a La Viña del Abasto. El plato se demoraba eternamente, así que mi tío Daniel llamó al mozo y con una sonrisa (jamás enojado) le preguntó:

- Che, ya agarraron al pollo?

Cuando mi padre discutía a los gritos con mi abuelo por Perón, como pasa siempre con la grieta, mi tío Daniel se ponía serio. Una vez incluso se levantó y se fue, aunque cuando la discusión terminaba recuperaba la sonrisa. Mi tío Daniel tenía muchos libros y revistas en un cuarto, donde también había magazines, unas cosas grandotas que adentro tenían cintas para escuchar música que eran muy modernos y yo nunca había visto. En un galponcito, fuera de la casa, colgaban chorizos para que se sequen, todavía recuerdo esa fragancia deslumbrante, entraba sólo a olerlos, luego iba a leer sus revistas al cuarto, sin pedirle permiso.
Hace unos días estaba en la Estación Constitución en pleno aguacero y las estructuras de hierro que chorreaban me recordaron a la herrería de mi abuelo. Era un día cualquiera en Arenaza, llovía a cántaros y yo jugaba a que soldaba, con la máscara y todo. Apareció mi tío Daniel, seguido por Batuque y la mansa jauría para preguntarme qué prefería, un barrilete o una hondera, aunque él sabía que yo le iba a decir que quería las dos cosas. Fue un instante apenas, luego me metí en el subte, que estaba tan oscuro como el cielo de aquel lejano día luminoso y feliz.

La trama



“Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena” 
(“La trama” Jorge Luis Borges)


Domingo 16 de agosto de 1.964. La reunión se haría en el domicilio de Raúl Baron Biza, el esposo. Hasta allí llegó Clotilde Sabattini, la cónyuge, desde Córdoba. Estaban los abogados de los dos en el piso de la calle Esmeralda para arreglar los términos del divorcio. El esposo al principio se enojó.  Teniendo enfrente a una mujer madura que no lo quería más, sólo veía a la niña que desposó cuando apenas tenía quince años. El deseo de venganza permitió la calma necesaria para que el plan fuera cumplido: Barón ofreció una ronda de whisky para todos,  aunque sabía que alguien pediría sólo agua. Le sirvió a Clotilde de una jarra que no tenía agua: tenía ácido y se lo arrojó en la cara.

Fernado Farré asesinó a puñaladas a su esposa Claudia Schaefer el 21 de agosto de 2.015, preso de la ira y los celos porque ella quería divorciarse. Como Barón Biza, los todavía esposos se encontraron en la casa donde él vivía, sus abogados también. En un momento que quedó a solas con ella la mató, los abogados nada pudieron hacer.
Pasaron más de cincuenta años y se repitió la historia, hombres violentos citan al objeto de sus celos en la casa donde viven. Los abogados convalidan la supuesta buena fue de la reunión y entonces, inesparadamente, el esposo mata o lesiona gravemente a la esposa sólo porque iba a ser dejado. La trama se repite, como en la imaginación borgeana.

Quizás dentro de cincuenta años, en una situación similar, un abogado perspicaz piense que no es buena idea ir a la casa del esposo e  impida de esa manera la comisión de un crimen. Su sentido común, tal vez, le indique que es mejor encontrarse en una oficina, como suele ocurrir,  y así venza a ese destino amante de las  variantes y las simetrías. Es posible entonces que gracias a ese mínimo detalle, una mujer no muera simplemente para que se repita una escena.






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viernes, 21 de octubre de 2016

Viernes


Después de tanto
irrealismo mágico
Es preciso una gran dosis
del agua del Camarón
del rostro de la cubana
bebiendo sola en La Gruta
Luego a dormir con Sabina

Con prohibición de soñar

sábado, 24 de septiembre de 2016

Último recurso



Si está todo perdido y no te alcanza ofreciendo el corazón
Si incluso no te queda ni París
Si tu yerba de ayer sigue mojada
porque el sol se empeña en esconderse
Si despertaste y el dinosaurio se fue de  allí
WhatsApeame
Palomamensajeame
Me ducho
Me peino

Y voy 

domingo, 1 de mayo de 2016

CONTANDO LOS DIAS


Primero de mayo, el trabajo, el capital, la plusvalía
Mañana de tostadas y de mate
Del niño bueno de Cortázar
Jagger  contando los días sin hablar
Los de ese niño eterno y malo que era Alfie
Niño eterno, malo, frío, insensible
Que se quedará solo por ser tan malo
Como se quedará solo el niño bueno
Por ser tan bueno





jueves, 14 de enero de 2016

Bitacoras.com